Procesión DE VIERNES SANTO

Cuando Murcia despierta cada año en la mañana de Viernes Santo, algo extraordinario ocurre en la ciudad. A lo largo de la Semana Santa se han venido sucediendo desfiles procesionales que han tenido a la noche como principal protagonista. El gesto más original entonces es que la procesión comienza en la madrugada, en un barrio de la periferia de la antigua ciudad, aunque hoy lo podemos considerar casi el centro de la moderna urbe. Es el barrio de San Andrés, en cuya iglesia se conserva la imagen de la Virgen de la Arrixaca que trajo consigo el rey Alfonso X el Sabio y que depositó extramuros de la ciudad.

Allí junto a San Andrés, se sitúa el convento de San Agustín, y en el siglo XVII se construirá la iglesia de Jesús, sede de la Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno. La iglesia conserva el tesoro que el gran escultor Francisco Salzillo y Alcaraz hizo para acompañar a la imagen titular de la cofradía, el Nazareno, de muy antigua y anónima factura, que Juan de Aguilera y Melchor de Medina convirtieron en imagen procesional para esta cofradía que nace en 1600 con vocación penitente.

A lo largo de cuatro siglos, la procesión de Jesús ha ido cambiando con el tiempo, desde sus origines modestos, pero vinculados a la devoción al Nazareno. Se dice que el siglo XVIII es el siglo de oro de la cofradía, y, sin duda, así es, porque las viejas “insignias” o escenas de la Pasión del Señor que acompañaban al Nazareno por las calles de Murcia durante los primeros años, fueron sustituidas por los pasos que Salzillo realizó para esta procesión. Al mismo tiempo, los nazarenos construyeron su propia iglesia, la de Jesús, privativa de esta cofradía.

La madrugada y la Primera Luz

Las primeras luces de la mañana, antes de las 6 hora solar, dejan ver por las calles aun solitarias de la ciudad y por los caminos próximos de la huerta, que antes rodeaba practicante a la iglesia, nazarenos que, ya ataviados con la túnica morada, se aproximan a Jesús. Junto al templo van congregándose todos, los que van a salir en la procesión y los que van a verla salir, gente que año tras año cumplen la tradición de la impaciencia, porque quieren ser los primeros en ver una vez más el milagro: la procesión de Viernes Santo.

Las luces no varían mucho. Lo saben los pintores y los fotógrafos, pero no es difícil, después de tantos años, distinguir entre la madrugada de un Viernes Santo de Semana Santa marzada o la madrugada de un Viernes Santo ya entrado o muy entrado abril. La hora de salida de la procesión siempre será la misma: las seis hora solar, que según la hora oficial pueden ser las siete o las ocho de la mañana. Cuando la Semana santa es marcera, el frío de la mañana apenas amanecida estremece, mientras la luz se va haciendo más clara y el aire va definiendo formas, matices, colores. Cuando la Semana Santa es abrileña, la luz es mucho mayor y la temperatura, aun fresca, pronto alcanza cálidas sensaciones.

El revuelo en torno a la iglesia va en aumento en tanto que la hora exacta se aproxima. Los nazarenos que han de llevar sobre sus hombros los pasos entran en la iglesia por una puerta lateral. También lo hacen viejos nazarenos que ya no desfilan, familias que tradicionalmente acostumbran a acompañar a aquél de los suyos que ese año, como tantos otros, sale siguiendo secular tradición. En la calle siguen llegando nazarenos que se sitúan en los lugares señalados previamente, donde se irán formando, bien que aun de forma desordenada, las hermandades: cruces y cirios se hallan debidamente preparados.

Los Nazarenos de Jesús

El viajero curioso, que no conozca la procesión, se admirará de las diferentes clases de nazarenos, distinguidos por la diferente hechura de su túnica morada, único color de todos y cada uno de los nazarenos que participan en la procesión: se diferencian las túnicas de las de otras cofradías de Murcia o de la región, en que las de Jesús permanecen ceñidas al más estricto y tradicional estilo murciano. Por ejemplo, algo que llama la atención de los forasteros es que los nazarenos de Jesús no llevan capas. Naturalmente, maldita la falta que harían a un penitente que ha de estar varias horas de una mañana soleada de primavera y murciana resguardándose con semejante aditamento. Causan sorpresa también muchos otros aspectos. Por ejemplo, el tamaño del capuz, más bien corto para lo que se suele estilar e incluso su forma aplanada y no redonda en su base.

Cuatro son las clases de nazarenos cuya uniformidad, muy rigurosa en esta Cofradía, ha de ser estrictamente respetada por todos y cada uno de los componentes. El mayordomo responde a su vestimenta a su origen en la historia. Los mayordomos de la cofradía en los siglos pasados no eran más de media docena y se encargaban de sufragar la procesión. Para acompañarla los Viernes Santos vestían sus mejores galas. Camisa de hilo blanca y de las más elegantes, con encajes en el cuello y pechera y en los puños. Un lazo blanco cerraba en el cuello en forma de corbata que fue evolucionando hasta la actual corbata y cuello de pajarita blancos.

Y sobre sus trajes más elegantes vestían la túnica morada que ceñían con un cordón blanco. No se trata de un exceso o de un alarde de elegancia: se trata de mantener la misma vestidura que nuestro antepasados, los aristócratas murcianos del siglo XVIII. De ahí que los encajes aparezcan ahora por las bocamangas y por el cuello y pechera, apenas prendidos a la túnica. El mayordomo entonces viste capuz morado con el taparrostro vuelto hacia el propio capuz, de manera que lleva la cara destapada. El capuz aparece adornado por cintas y lazo posterior blanco. La túnica llega hasta el suelo y va ceñida por cordón blanco en el que se deja pender también un rosario.

Llaman la atención las zapatillas del nazareno mayordomo, ya que su color blanco, igual que las medias, completa el leve contraste bicolor de toda la indumentaria. Son blancas, tradicionales y propias del vestido aristocrático y elegante del siglo XVIII. Planas y adornada con cinta rizada en sus bordes, se enlazan al tobillo del nazareno también con cinta enlazada, todo de raso color blanco. Llevan guantes de cabritilla, también blancos y en su mano, un cetro de plata rematado con potencia dorada con el escudo de la cofradía.

Nueve Hermandades para una Pasión

Las hermandades en las que la procesión se ordena son nueve, más una suplementaria que desfila en primer lugar, de «Promesas», compuesta por ciudadanos devotos que no pertenecen a la cofradía y que desfilan con la túnica morada, y sin escudo, por una sola vez, y con ropas que le facilita la cofradía. Las nueve hermandades, por su orden, tienen en su escudo los siguientes fondos: Cena: rojo; Oración: verde; Prendimiento: gris; Azotes: rosa; Verónica: amarillo; Caída: negro; Nazarenos (Nuestro Padre Jesús): morado; San Juan: marrón; y Dolorosa: azul. Todas las hermandades llevan su propio estandarte, menos la de los Nazarenos, a cuyo frente desfila el estandarte menor de la cofradía.

El nazareno penitente lleva su túnica ceñida por un cordón amarillo con rosario y calza sandalias fraileras negras, aunque puede ir descalzo. En todas las hermandades portan cruz de madera aunque pueden llegar a ser dobles, triple y aun cuádruple. Los nazarenos de la Dolorosa portan cirios y cierran la procesión.

Los estantes representan la imagen más original y castiza del nazareno murciano en su vestimenta. Llamamos estante tanto al nazareno como al instrumento con el que soporta durante las paradas el trono o paso que el nazareno carga, como se dice en el particular argot procesional.

El nazareno que dirige la marcha del trono y determina las paradas que han de hacerse, tiene el título de cabo de andas y porta igualmente un estante, algo más lujoso, con el que golpea el trono para hacerlo caminar o detenerlo. Todos los estantes de los pasos de Jesús van vestidos a la manera tradicional murciana. Constituyen una excepción lo estantes del paso del Titular, Nuestro Padre Jesús Nazareno, que llevan túnicas similares a los penitentes, aunque con cara descubierta y el escudo, con fondo morado, en el pecho, en el lateral izquierdo de su túnica. Van todos ellos descalzos.

El nazareno estante viste túnica morada con capuz de cara destapada adornado por cintas blancas y lazo posterior. Su túnica va remangada a la altura de la rodilla reforzada en su vuelo por unas enaguas tradicionales. Calza esparteñas o alpargatas tradicionales murcianas y cubre sus piernas con medias ricamente elaboradas con la técnica del “repizco”, por lo que las denominan medias de repizco. Llevan cordón y rosario, bajo la túnica, visten chaqueta americana moderna, cuyas solapas dejan ver, y corbata de vestir de brillantes colores. La estampa representada por este nazareno ha sido evocada y reproducida en toda clase de soportes desde la pintura, la escultura a la fotografía y al dibujo.

Otros nazarenos completan, con la misma túnica morada, destapada, en su versión más modesta, la procesión. Son aquellos que llevan el estandarte mayor en la cabeza de la procesión y los que forman parte de las distintas secciones de bocinas y tambores de la cofradía, cuya presencia también suele causar la sorpresa del pueblito.

Situados en diferentes lugares de la procesión, alternan con bandas de música prestigiosas su presencia en la carrera. Los sonidos de la procesión de Jesús son muy peculiares, sin duda alguna por la presencia de estas bocinas de dimensión longitudinal extraordinaria que circulan sobre dos ruedas pequeñas de carro. Su sonido es destemplado, al igual que los tambores, forrados de tela morada, y representan todos ellos las burlas que los ajusticiadores de Jesús le hicieron durante la Pasión y que el propio Salzillo representa en el paso de Los Azotes.

Es muy reducido y tradicional el repertorio de piezas que estas secciones interpretan, de manera que su inconfundible tono monótono define muy bien el sonido de la procesión de Jesús. Desde cualquier calle del centro de la ciudad, durante la mañana de Viernes Santo, no se oirá otra cosa que estos acordes destemplados que evocan inconfundibles sonidos y despiertan recuerdos imborrables aunque el que los oye no se encuentre viendo directamente la procesión de Jesús. José María de Cossío captó muy bien esta sensación cuando vio los Salzillos en la calle: «La procesión desfila, y tras alguno de los pasos ruedan sobre carritos las largas tubas, seguidas de los arcaicos tambores, que han de dar su son lúgubre en las paradas. Suenan las tubas destempladas, que es empresa tremenda la de llenar de aire el larguísimo instrumento, y redoblan los tambores con compás arcaico y lúgubre…»

Francisco J. Díez de Revenga Torres

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