MUERTE Y VIDA

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        “Un niño de tres años está en la calle comiendo un pastel y… llorando. Alguien, desconcertado por la escena, se acerca y le pregunta: ¿Qué te pasa?, ¿por qué lloras?, ¿no te gusta el pastel? Y él contesta compungido: ¡Claro que me gusta! Pero con cada mordisco que le doy se me queda más pequeño”.

           La vida no es un pastel a degustar, sino una tarea por realizar. Hay muchos que encauzan su vida bajo la ley del placer; otros la enfocan guiados por la ley del deber. La primera actitud parece más atractiva y debería llevar a una vida más alegre, más feliz; sin embargo, el comprobar que va a menos, que se acaba, amarga el pastel. Cuando se concibe la vida como tarea a realizar cada paso nos acerca a la conclusión y a la alegría de la tarea acabada; cada momento nos aproxima a la recompensa de la labor hecha, al descanso del deber cumplido. El… “ya queda menos que saborear”, amarga y entristece. El… “ya falta poco para terminar”, estimula y alegra.

         Todos hemos experimentado más de una vez la precariedad y la caducidad de la propia vida; proyectos y relaciones que se rompen, enfermedad y carencias, soledad y amargura… losas que aplastan. ¡Atento, hermano! La Cuaresma viene en tu ayuda. No cometas la tontería de ignorarla o achicarla con pequeños o grandes esfuerzos “para ser un poco más bueno”. La Cuaresma te sigue invitando a caminar hacia la Resurrección, a entrar en comunión con Cristo Resucitado para resucitar con Él.

           “Esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios”. La resurrección de Lázaro es una palabra al servicio de una catequización de hombres que, ante el dolor, el fracaso o la muerte, han perdido la esperanza. Lázaro estaba muerto y bien muerto. “Nada se puede hacer ya”, le dice Marta -resignada- a Jesús. Es entonces cuando, sobre la desesperación, el escepticismo o la impotencia humana, se oye la voz de Jesús, hecha hoy actual por la Iglesia: “¿No te he dicho que si crees verás la Gloria de Dios?…”. ¡Cuántos creyentes repetimos como papagayos que Jesucristo es la Resurrección y la Vida y, al tiempo, seguimos dudando del poder del mismo Jesucristo de resucitar esperanzas, de cambiar corazones, de regenerar personas… de dar vida!

            En estos días “diferentes” no se nos puede olvidar este aspecto. Somos “seres de esperanza”. No dudemos del poder de Dios, y… ¡transmitamos esperanza!

Estamos a quince días de la Pascua. Jesús nos llama a creer en Él para restaurar la esperanza y la vida. A Jesús le duele el dolor del amigo. A Jesús le duele el dolor del hombre, tu dolor. Dios, en Jesús, se acerca para salvarte: “Yo soy la Resurrección y la Vida… quien cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá”. El hombre -que sufre y muere- necesita que sobre su sufrimiento aparezca la Cruz Gloriosa de Cristo Resucitado. De esa experiencia surgirá otro modo de morir: es el de “dar vida”, el “desvivirse” por los demás. “Amar”“morir por el hermano”– sólo es posible desde la experiencia personal de haber sido resucitado por el Hermano en mayúsculas, Jesucristo.

 

Luis Emilio Pascual Molina
Consiliario de la Cofradía de Jesús

 

Domingo V de Cuaresma – Ciclo A
29-marzo-2020