¡POR LA VIDA!

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         El primer día de la semana el Resucitado se presenta a los suyos llenándoles de alegría. Dos apariciones de Cristo, una el mismo día de la Resurrección, la otra a los ocho días, narra el evangelio hoy. Las puertas estaban cerradas y el Señor entra. Pero todavía más, entra en sus corazones cerrados todavía por la duda y el miedo. “Paz a vosotros” es el saludo. Es mucho más que un saludo formal, es toda una declaración de intenciones, una experiencia vital y transformadora en aquel que ha sido agraciado por el encuentro con Jesucristo. Porque quien se encuentra con el Resucitado, está él mismo resucitado, vive como resucitado, vence la muerte, el dolor, la tristeza y la amargura, supera el temor, y se aventura en un amor sin reservas, al vivir ya la alegría de la Vida Nueva. Y nos encontramos con Cristo Resucitado en cada celebración -especialmente en la Eucaristía- en una convivencia o en un momento de oración, en una canción o en un simple gesto de amor, en el perdón recibido o en el olvido de la ofensa, en aquél que ama y en aquél que ríe, en el niño que confía y en la anciana que ofrece sus dolores, en el voluntario que ofrece su tiempo, en la mujer que da a luz una nueva vida y en el joven o la chica que “se expropian de sí” para vivir consagrados al Señor.

            ¿No es esto mismo lo que estamos viendo y aplaudiendo cada día?

           Sí, Jesucristo está vivo. ¡Ha resucitado! Sólo hay que abrir bien los ojos, sin prejuicios ni cobardías, sin preconcepciones ni falsas expectativas, sin miedos, sólo con la humildad y sencillez del que se deja sorprender y todo lo espera. Y ¡nosotros somos testigos! Por eso somos enviados a anunciar esta alegría de la resurrección a todos, y a testimoniar: “Soy creyente”, ¡Él me ha amado y mi vida se ha transformado! ¡Cristo ha resucitado, y yo con él! Por eso anunciamos la vida, por eso creemos en la vida, por eso defendemos la vida, toda vida… desde la del no-nacido pero ya concebido hasta la del mermado en sus capacidades o posibilidades, la del sano y la del enfermo terminal.

            Nos dice San Pedro en la segunda lectura de la liturgia de hoy que “Dios, en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible”. El fruto de esta esperanza es la alegría y la confianza cuando llegan tiempos difíciles -como los que estamos padeciendo-; también cuando hay que superar temores y juicios por defender la vida. ¡Dichoso el que hoy pueda vivir y testimoniar la experiencia pascual!

            “¿Qué va a pasar?”, se preguntaban los discípulos tras la muerte en la cruz del Maestro y, con María, se encerraban para celebrar la fracción del pan, “por miedo a los judíos”. Jesús rompe las puertas del miedo y se hace presente en medio del grupo con la paz: “¡Paz a vosotros!”. Todos los miedos caen hechos añicos cuando aparece el Señor de la Paz. ¡Hoy también lo necesitamos! Tomás no estaba, y no creyó a sus compañeros. La experiencia de la muerte había sido dura… Y Jesús volvió para encontrar a Tomás cara a cara. Hoy, como ayer, Jesucristo vivo y resucitado busca el encuentro directo con cada hombre, con cada mujer, para decirle que le ama, que le quiere dar sentido pleno a su vida. Sale a nuestro encuentro. Os repito, como nos dijo San Juan Pablo II hace ya casi cuarenta y dos años: “¡No tengáis miedo de abrir las puertas a Cristo!”.

            ¡Feliz Pascua!

  Luis Emilio Pascual Molina
                                                                                  Consiliario de la Cofradía de Jesús

Domingo II de Pascua – Ciclo A
19-abril-2020