Se han cumplido dienueve años del 11-S, la masacre en las Torres Gemelas de Nueva York. Se han cumplido también casi treinta años del conflicto de los Balcanes, dieciseis años del atentado de Atocha, tres de los atentados yihadistas en Las Ramblas y Cambrils… Cada día nos despertamos con nuevos enfrentamientos, conflictos y guerras en África, en Siria o Irak, no se detiene la violencia por el conflicto racial en EE.UU… Violencia destructora por todos lados: en los hogares, en centros educativos, en los Parlamentos… y en las calles. Cuando Juan Pablo II siendo Papa pudo visitar la antigua Yugoslavia, partida en mil pedazos, nos dejó estas palabras: “El instinto de venganza debe dejar paso a la fuerza liberadora del perdón” (aeropuerto de Sarajevo, 12-Abril-97). “Para que sea estable entre tanta sangre y odio, el edificio de la paz deberá apoyarse sobre el coraje del perdón… Es imprescindible pedir perdón y perdonar” (a los líderes políticos de Bosnia-Herzegovina, 13-Abril-97).
Si en la Eucaristía de hoy pudieran recogerse en una bandeja todos los odios, los sentimientos encontrados, las venganzas y recelos… el espectáculo sería impresionante. No es fácil liberarse de tal tendencia, pero tampoco es hora de acusar.
Es momento de proclamar con fuerza la Buena Noticia del Perdón: Dios ama a esta humanidad pecadora y violenta, y cada uno de nosotros cuenta con el amor del Padre, sea cual fuere la deuda de nuestros delitos. Noticia, porque es mensaje original y realidad nueva que irrumpe cada día. Buena, porque libera al hombre de complejos de culpabilidad y genera condiciones para que una corriente de aire puro penetre esta atmósfera humana envenenada de violencia.
Perdonar no anula el dolor, pero sí evita caer en odios y en afán de venganza. Pedir perdón no elimina el remordimiento, pero saca de la amargura y lo convierte en estímulo moral positivo. Perdonar y pedir perdón exige enorme humildad. El perdón tiene su dinámica: es gratuito y nace de la misericordia de Dios, que es siempre amor regenerador del ser humano. Su aceptación y su disfrute se verifican en la capacidad de perdonar que aporta. Somos cristianos porque existe el perdón; es más… somos cristianos porque Dios nos ha perdonado.
Mañana celebraremos la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. La cruz era signo de maldición y muerte. Desde Jesucristo es signo de vida y de salvación. La cruz es el “cayado” que nos guía por la senda de la verdad y la justicia. La Iglesia nos invita a contemplar en silencio el Misterio de la Cruz Redentora, a configurarnos con ella y adorarla con fe, porque ella nos salva. Os dejo, a modo de oración, este bellísimo texto: “La cruz gloriosa del Señor resucitado es el árbol de la salvación; en él yo me nutro; en él me deleito, en sus raíces crezco, en sus ramas yo me extiendo…. Lecho de amor donde nos ha desposado el Señor. Árbol de vida eterna, misterio del universo, columna de la tierra. Tu cima toca el cielo y en tus brazos abiertos brilla el amor de Dios”.
Luis Emilio Pascual Molina
Consiliario de la Cofradía de Jesús
Domingo XXIV del Tiempo Ordinario – Ciclo A
13-septiembre-2020