A Jesús le interrogan -no sin mala fe- sobre la licitud de pagar los impuestos.
Bastaba una sola palabra inoportuna en aquel turbulento ambiente judío para provocar la
ira del pueblo o la dura represión romana. “¿De quién es esta imagen?”… pues “dad al
César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Los oyentes se admiraron de la
respuesta, quizás porque no la entendieron; de haberla entendido se habrían percatado
de que iba tanto contra los judíos -que regulaban la política con la religión haciendo de
Dios un César- como contra los romanos -quienes regulaban la religión con la política
haciendo del César un Dios-.
Todos hemos jugado alguna vez a cara o cruz. También, como rito de apertura
de un encuentro deportivo, vemos lanzar la moneda al aire para sortear qué equipo saca
y/o elige campo. La presencia de la moneda demuestra, por sí sola, que tiene validez el
dominio de aquel cuya imagen lleva grabada: el dinero pertenece al César, al poder.
Pero el dinero no tiene sólo la cara del poder y el brillo del tener. Tras la cara está el
reverso: detrás del dinero está la cruz, el cúmulo de sufrimientos que genera su idolatría;
y la cantidad de dolor ocasionado por la avaricia, el lucro desmedido, el robo… Y nadie
representa mejor ese sufrimiento que “el Crucificado”.
En el reino del César cuenta el dinero; en el Reino de Dios la redención del
hombre: “Dad a Dios lo que es de Dios”. En el imperio se jugaba dramáticamente a
cara o cruz la vida de los creyentes. Proclamar que “el César es Señor” otorgaba
respeto social; proclamar que “sólo Cristo es Señor” llevaba a las fieras. Frente a
quienes no veían más salvación que la procedente del César -y del dinero-, surgía otra
civilización que liberaba, y que venía de un Dios que se había hecho hermano de
los hombres hasta el absurdo de la cruz.
Ésta ha sido siempre la Buena Noticia, el anuncio gozoso que ha proclamado la
Iglesia. Desde el tiempo de los apóstoles hasta hoy mismo. ¡Ayer, hoy y siempre! Este
domingo es el día del DOMUND. “Aquí estoy, envíame”, es el lema de este año. El fin
de toda actividad misionera es precisamente ayudar a extender esta Buena Noticia en
un mundo cansado de desgracias y de malas noticias, anunciar a todos la posibilidad
de nacer y renacer al encuentro con Dios.
Y este anuncio es universal, se hace en cualquier país y/o cultura, y conviviendo
siempre con gozos y cruces, con aplausos y persecuciones, porque… ¡aún sin ser del
mundo, los creyentes viven en el mundo!, usan sus servicios y pagan honradamente sus
impuestos, pero, ciudadanos al mismo tiempo del Reino de Dios, cuando el César se
diviniza y se erige en señor absoluto, que no sirve sino que domina al hombre, estalla el
conflicto entre Cristo y el César… Ayer y siempre.
18-octubre-2020