El ser humano es menesteroso: necesita pan y agua, afecto y compañía, consuelo y escucha, trabajo y descanso, cultura y justicia… Pero el ser humano, por esencia, es “imagen y semejanza de Dios”, y por ello tiene “hambre de Dios”. La religión no es un añadido que el ser humano busca para ser más feliz, encontrar sentido, o narcotizarse como dirían algunos filósofos. El ser humano precisa, para vivir, del contacto con su creador, y no puede subsistir cuando rompe el cordón umbilical que le une a Él.
Dios ha querido hacerse el encontradizo con el ser humano a través de personas que, siendo sólo medio, le hagan presente en el mundo; entre ellos están los “pastores”, los sacerdotes. Hombres como los demás, pero elegidos -llamados por Él- que le hacen presente y conducen a los hermanos al encuentro con el Padre. Los sacerdotes –“alter Christus”– en nombre y en el poder de Cristo bautizan haciendo hijos de Dios, perdonan los pecados liberando al hombre del poder del mal, bendicen la unión entre hombre y mujer originando una iglesia doméstica, ungen a los enfermos para invocar su sanación radical… y, ante todo, hacen posible que a través de la Eucaristía el ser humano sacie su hambre de Dios al alimentarse del mismo Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre.
Es verdad que preocupa la escasez de sacerdotes, como a Jesús le preocupaba aquella multitud que le seguía y le impedía estar en intimidad con los doce. Los veía que “andaban como ovejas sin pastor”. Tenían hambre de Dios, hambre de escuchar palabras de vida y por eso se puso “a enseñarles con calma”.
Pero debería preocuparnos también el hecho de la escasez de “fieles”; porque sin un pueblo que alabe, bendiga, se alimente y viva de Dios, sin una familia que ore, celebre la vida y hable del amor de Dios a sus hijos, sin comunidades cristianas que cada día hagan presente la Palabra creadora y misericordiosa de Dios, sin jóvenes que sean testigos en sus ambientes…, nunca -quizás es exagerada la expresión- habrá otros jóvenes y/o mayores que descubran que Dios continúa llamándoles a un seguimiento concreto y consagrado en el ministerio sacerdotal.
De todos modos, está bien que nos preocupe, pero lo importante es la calidad y no la cantidad: que sean más los “obreros de la mies” sí, pero que sean “como Dios los quiere”. Jeremías, hoy, describe lo que no deben ser y anuncia auténticos pastores, la carta a los Efesios y el Evangelio indican cómo deben ser: como Jesús, el verdadero Pastor y guía, que orienta al desorientado, endereza al que se dobla, perdona al que ha pecado, acoge al despreciado, enseña al que busca, corrige al que yerra, une lo dividido y, sobre todo, abre su corazón a todo hombre que le necesite y busque. ¡Oremos por nuestros pastores y pidamos por los que Dios llama! De todos depende.
El próximo domingo día 25, festividad de Santiago Apóstol, se cumplirán treinta y un años de mi Ordenación Sacerdotal. El salmo 22, que hoy recitaremos –“El Señor es mi Pastor, nada me falta”-, me invita a poner la mirada en el Señor y a confiar a Él mi vida, pues sin Jesucristo en mi vida yo no puedo ser buen pastor de la grey que él me encomienda cada día.
18-julio-2021