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EL QUE NO SIRVE, NO SIRVE

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Hace muy pocos domingos dejábamos a los discípulos discutiendo por el camino “quién entre ellos era el más importante”. Hoy ya no discuten: sin ninguna vergüenza, los dos hermanos Zebedeos se acercan a Jesús y se entabla esta conversación: “Queremos que nos concedas lo que te pedimos”. “¿Qué queréis?. “Los dos primeros puestos en tu Reino”. Bullía en la mente de Jesús la imagen del Siervo Doliente, hacia la que el Padre y el Espíritu le dirigían: “El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento y entregar su vida como expiación: verá su descendencia, prolongará sus años… Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos”. Satanás le había tentado con caminos más agradables: un milagrazo, saltar del pináculo del templo entre aplausos… Y ahora llegan éstos a pedirle “tronos de gloria sin cruz”.

El evangelio de hoy es la historia de una recomendación. Las recomendaciones no son sólo de ayer sino también de hoy. Nuestra sociedad busca influencias y agradece favores. Parece natural que quien está cerca de un líder político o social lo hace porque cree en su poder y porque espera conseguir favores, cargos, etc. Santiago y Juan tenían un amigo influyente. Cualquiera de nosotros también lo hubiera intentado. Jesús, en cambio, revela una nueva escala de valores. El verdadero privilegio consiste en compartir el cáliz. Revela, así, un nuevo poder, el de la cruz: “Dios ha escogido lo débil del mundo para confundir a los fuertes”.

Frente al poder, el evangelio sitúa la entrega, la disposición de servir a los demás: un poder “para” los demás y no “sobre” los demás, porque el poder que salva -que hace feliz- es el amor al prójimo. Jesús bebió el cáliz por amor a todos los hombres y pide a sus discípulos que beban también del mismo cáliz para salvar. La lógica de Jesús es también la lógica de todos los seguidores de Cristo; beber el cáliz de Jesús es servir y dar la vida: “Porque el hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Dar la vida, ciertamente es un anuncio de la Pasión, de los acontecimientos que pronto se iban a precipitar; pero es, sobre todo, el anuncio de que gracias a Jesús vamos a ser salvados, nos vamos a ver liberados de aquellas formas de distinción, desigualdad, privilegio, que hacen de nosotros personas distintas y distantes, cuando en realidad somos iguales y cercanos.

Jesús enseña a los suyos a ser servidores de todos y a no hambrear los puestos de preferencia o poder. Y es que para ir al cielo no se necesitan recomendaciones, ni existe tráfico de influencias, ni allí hay inquilinos de primera o segunda clase. En una sociedad donde establecemos clases, privilegios y honores, Jesús nos vuelve a recordar: “No será así entre vosotros… El que quiera ser grande, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. Y es que “vivir no es triunfar”, como tantas veces se nos quiere inculcar machaconamente. “Vivir es dar la vida, servir”, por eso… ¡el que no sirve a los demás, no sirve!, es decir, no vive, porque vive una vida que no le sirve ni siquiera a él mismo.

Luis Emilio Pascual Molina
Capellán de la Cofradía de Jesús
Domingo XXIX del Tiempo Ordinario – Ciclo B
17-octubre-2021