Cerramos el ciclo de Navidad. Jesús se manifestó a los pastores y a los Magos en Belén, y hoy, treinta años después, se manifiesta públicamente a su pueblo. La fiesta del Bautismo del Señor, es continuación de la Epifanía. Es una segunda Epifanía; y vendrá más adelante una tercera en el Monte Tabor. Juan lo había anunciado: “Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo… Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Sin embargo, Juan será el primer sorprendido de la presencia de Jesús en el Jordán. Él predicaba un “bautismo de conversión para perdón de los pecados”. Jesús, obviamente, no lo necesitaba, pero allí y así mostrará su modo de actuar y su misión: “conviene que cumplamos toda justicia”, responderá a su primo. Y es que la justicia de Dios no es como la justicia humana donde cada uno recibe según sus obras; la justicia de Dios es que “uno paga por todos”. Así ocurrirá en la cruz, donde Jesús culminará su misión terrena: “Todo está cumplido”. Allí entregará su Espíritu al Padre y lo derramará a los hombres. En el Jordán asumía el lugar de los pecadores, porque su misión sería dar la vida por ellos para destruir el pecado y la muerte.
El Bautismo de Jesús fue el inicio de su misión en la tierra, y cambió su vida: del ámbito familiar a la misión mesiánica, de la tranquilidad de Nazaret a recorrer pueblos y ciudades, del silencio de una vida escondida a la proclamación pública del Evangelio. Hoy la Iglesia hace memoria de aquel acontecimiento, y nos invita a todos nosotros a recordar y revivir lo que significa nuestro Bautismo.
Porque también nuestra vida cambió en las aguas bautismales: pasamos del pecado a la gracia, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida. En el Bautismo -como Jesús en el Jordán- fuimos también ungidos por el Espíritu Santo para ser anunciadores del amor del Padre, para ser “otros Cristos” (esto significa ser cristiano) que den la vida por los hermanos. Porque quien ha sido bautizado no puede ser portador de guerras o división, no puede promover obras fundamentadas en la mentira, el odio, la envidia, la injusticia o el egoísmo. El bautizado en Cristo debe -como Él- “pasar haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal”. Mientras Dios tenga misericordia del mundo sufriente -y será así siempre-, no faltará una Iglesia -su Iglesia- con profetas sobre los que Él derrame su Espíritu para que proclamen que Jesús, el niño nacido en Belén, es el Mesías enviado a anunciar la salvación a los hombres, que el niño frágil y débil del portal es el Redentor de la humanidad.
Que este año, recién comenzado, sea un tiempo de Gracia para renovar nuestro Bautismo, para recuperar o despertar la Fe, para regenerar el corazón… para dejarnos encontrar y amar por Dios. Un Dios que se hizo hombre, que nos mostró quién es Dios y qué es “ser hombre”, y que, amándonos hasta el extremo, dio la vida por amor a los hombres. Concluyo parafraseando un mensaje que circuló por la red: no se trata tanto de que tengamos un “feliz año nuevo”, cuanto que se nos ha regalado “un nuevo año para ser feliz y hacer felices a los que nos rodean”. ¡Aprovechémoslo!
9-enero-2022