PALABRA VIVA QUE DA VIDA

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La liturgia de hoy tiene como centro la Palabra de Dios. Las lecturas presentan a Esdras y a Jesús en escenas contrapuestas. Esdras convoca a la comunidad hebrea para que “escuche la Palabra de Dios y haga fiesta”; Jesús, que regresa a Nazaret -“donde se había criado”– es invitado a “hacer la lectura”. Israel escucha en silencio meditativo la proclamación de la Ley, y luego hace fiesta porque Dios les ha hablado. Jerusalén, reconstruida tras el exilio, acoge una multitud que escucha: “Hoy es un día consagrado a nuestro Dios”. Jesús, en la sinagoga de Nazaret, proclama el pasaje de Isaías que anuncia los tiempos mesiánicos; se proclama la Palabra, y los ojos se fijan en Jesús, que afirma: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Se ha acabado la espera… Él es la palabra definitiva de Dios para el hombre. Él es el Verbo de Dios.

Y es que el “hoy” de la Palabra de Dios sobrepasa la historia y el tiempo; la Palabra de Dios fructifica en el presente de cada hombre y es garantía del futuro; no envejece, es siempre joven y renueva el corazón de aquellos que la escuchan y la ponen en práctica en su vida. Jesús, en la sinagoga de Nazaret, actualizó las palabras del profeta y desde entonces se proclama la Palabra de la Vida en el ambón del mundo para ser escuchada por los habitantes de la tierra. Unos se resistirán a creer -porque “de Nazaret no puede salir nada bueno”-, querrán desacreditar al “blasfemo y embaucador” y… seguirán esperando. Otros acogerán ese anuncio con alegría y, en su indigencia, experimentarán la salvación… pues la Palabra de Dios es Buena Noticia, Liberación, Salvación, Gracia, para todo hombre, especialmente para el que sufre. Por eso, con el salmista, podemos decir: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida”.

“Hoy se cumple esta Palabra que acabáis de oír”. Hoy, aquí, para el hombre que espera ser feliz y se lamenta por su desgracia, para la mujer sedienta de alegría, para el joven que grita libertad y espera su primer trabajo, para el niño que sueña un futuro mejor, en medio de la sociedad que, esclava, se adormece anestesiada con mil calmantes y sucedáneos de felicidad, y también para ti, hoy, se proclama de nuevo: “Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: no hagáis duelo ni lloréis… No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza”, “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista, para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”. ¿Hay alguno que, sinceramente, no necesite en su vida escuchar estas palabras de salvación?

Hoy tercer domingo del Tiempo Ordinario, la Iglesia celebra, por deseo del Papa Francisco, el Domingo de la Palabra de Dios. Hoy no es día de cargar fardos pesados, moralismos y normas a cumplir sobre un hombre que “no puede con su vida”. Es día de anunciarle con fuerza la salvación: “Dios te ama y viene a saciarte de felicidad”. Hoy se puede y se debe seguir adelante; es momento de levantarse y construir la vida de nuevo… y mejor.

Luis Emilio Pascual Molina
Capellán de la Cofradía de Jesús
Domingo III del Tiempo Ordinario – Ciclo C
23-enero-2022