PROFETAS DESDE EL BAUTISMO

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Continúa hoy el relato evangélico del domingo pasado. Jesús está en la sinagoga de Nazaret, y causa sorpresa en el auditorio que le escucha con esa afirmación que no esperaban: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. El relato de Lucas narra que Jesús fue recibido con calor popular -incluso le dejan “hacer la lectura”-. En un primer momento suscita admiración; pero pronto llegan los recelos: “¿No es el hijo de José?”. Enseguida aparece una clara animosidad… que concluye con un odio a muerte: “lo empujaron… con intención de despeñarlo”. No hablaba Jesús de memoria cuando anuncia “tus enemigos serán los de tu propia casa”, o proclama que “el que no odie a su padre, a su madre, a sus hermanos, y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío”. Era una experiencia vivida en carne propia. La fidelidad a las cosas de Dios, al Padre le había hecho testigo del sufrimiento de su propia madre, y de desprecios de sus parientes, que un día fueron a buscarle “porque estaba mal de la cabeza”.

Es el sino del profeta: la persecución, como consecuencia de la fidelidad a la misión. El profeta tropezará forzosamente con oposición e incomprensiones. Dichoso él si, al menos, tiene la cercanía de Dios, que le consolará y le hará bendecir desde la cruz que está viviendo, porque podrá cantar salmos de esperanza en medio de un “aparente” fracaso: “Mi boca contará tu salvación… No quede yo derrotado para siempre… Sé tú mi roca de refugio… porque mi peña y mi alcázar eres tú, Dios mío, líbrame de la mano perversa”. Pero… ¡atención! No es bueno “jugar a profetas” porque no se trata de una obra nuestra. La vocación de Jeremías nos aclara que es Dios quien toma la iniciativa, quien elige, consagra, envía y sostiene; porque el consuelo del profeta es saber que la aventura nació de Dios y que de Dios es el compromiso de sacarla adelante: “Diles lo que yo te mando”. Cuando se trata de “nuestra aventura”, y fracasamos, solemos defendernos con eso de que el profeta siempre será rechazado e incomprendido. Pero no es más que una pobre justificación, al acabarse los argumentos: también es rechazado el parlanchín, el bocazas, el terco empecinado… y el orgulloso.

La Iglesia es un pueblo de profetas que anuncia la salvación y denuncia, con el ejemplo de su vida y con las palabras, a una sociedad que se construye al margen de Dios. Hoy, quizás no veamos profetas gritando por medio de las calles -o sí-, pero sí vemos hombres y mujeres que con su testimonio de vida y sus palabras hacen presentes los deberes religiosos, sociales y familiares.

Fascinado por Dios, el profeta quiere que todos vivan su experiencia. Ser profeta es un riesgo permanente hoy día porque supone ser conciencia crítica, sin embargo, el sufrimiento que le pueda sobrevenir por ello lo da por bien empleado.

No renuncies a ser profeta, amigo… ¡ya lo eres desde el Bautismo!

No temas vivir como profeta, tus contemporáneos te necesitan.

Luis Emilio Pascual Molina
Capellán de la Cofradía de Jesús
Domingo IV del Tiempo Ordinario – Ciclo C
30-enero-2022