TESTIGOS DESDE LA DEBILIDAD

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La liturgia de este domingo nos presenta a tres personajes -Isaías, Pedro y Pablo- y la historia paralela de sus respectivos encuentros con el Señor. Las circunstancias de cada encuentro son diversas pero la experiencia es la misma: el misterio que fascina. En ese encuentro algo muere y algo nuevo surge. La conmoción inicial no terminará en huída sino en plegaria (Isaías), en diálogo (Pedro) y en reconocimiento de la gracia divina (Pablo). La experiencia de purificación que han vivido les coloca en un nuevo nivel: ahora están preparados para la tarea a realizar, para el envío. Tiene el Señor que curar primero a los enviados, no ocurra que -subidos al podio- asusten a las ovejas desde su sabiduría y su pretendida perfección moral.

Dios elige a hombres corrientes, con sus miedos, ignorancias, torpezas y pecados. Los elige y los prepara a través de su propia “historia personal”: “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros”, dice Isaías; “No soy digno de llamarme apóstol”, proclama Pablo; “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”, es la sentencia Pedro. Algo básico les une a los tres: “han conocido su debilidad”. Isaías -perdonado- es un hombre dispuesto al anuncio; Pablo, sabedor de que su perfeccionismo le llevó a la violencia y la persecución, será testigo de cómo Dios le abre los ojos a una nueva luz, a Cristo, al amor gratuito; y Pedro, que seguirá carrera de pecador hasta el “doctorado” de Viernes Santo –“no conozco a ese hombre”– será testigo del perdón y de la fidelidad: “Apacienta mis ovejas”-.

            “Rema mar adentro”, le dirá Jesús a Pedro –‘Duc in altum’-. El mar no es lugar de recreo ni peligro, es reto. La sociedad de nuestro tiempo tampoco es simple lugar de paso, ni peligro que temer, sino reto pastoral. La nueva tarea de Pedro –“pescador de hombres”– sugiere “salvar del peligro”, o “rescatar con vida a alguien amenazado por la muerte”. Es nuestra misma tarea hoy día. La pesca milagrosa se hace “en alta mar”, y el fruto del trabajo invertido en pescar no es sólo producto del esfuerzo humano, sino de haber colaborado con el dueño del mar y los peces: “el fruto es regalo de la Gracia”. Isaías, Pedro, Pablo y tantos y tantos santos, predicadores, evangelizadores… han sido, y son hoy, “testigos de Jesucristo, el Señor”, pero sólo porque antes han sido “testigos de su debilidad”. Proclamar la propia debilidad y la grandeza de Dios es propio de los elegidos: “por la gracia de Dios soy lo que soy”, dirá Pablo; “un humilde trabajador en la viña del Señor” se definió Benedicto XVI tras ser elegido Papa allá por 2005.

            ¿Alguno se siente llamado a “remar mar adentro” en el hoy de nuestro mundo? San Juan Pablo II nos decía en 2001: “¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo… Tengamos un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en sus instrumentos” (NMI 58).

            ¿Te apuntas a esta fascinante tarea?

 

Luis Emilio Pascual Molina
Capellán de la Cofradía de Jesús
Domingo V del Tiempo Ordinario – Ciclo C
6-febrero-2022