TESTIGOS DEL RESUCITADO

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¿Dónde queda la valentía humana cuando topa con la cruz, disfrazada de vacío, de soledad, de fracaso, de persecución, de humillación, de cómplices risas burlonas…? ¿No es también tu propia historia? La mía sí lo ha sido, lo reconozco, pero como Pedro, también Cristo Resucitado salió a mi encuentro y a través de los Sacramentos -el perdón de los pecados y la Eucaristía, de modo especial- me regeneró y “no ha dejado que mis enemigos se rían de mí… me ha hecho revivir, cuando bajaba a la fosa… cambió mi luto en danzas” (leeremos esto en el salmo de hoy).

Ahora sí, cuando “uno se ha conocido”, al dejarse encontrar y amar por el que en verdad te conoce, cuando uno ha descubierto la propia fragilidad y debilidad, mezclada de ilusión y de ganas de comerse el mundo… ¡ahora se puede ser testigo!; ahora “otro te ceñirá y llevará a donde no quieras ir”, y lo más sorprendente: experimentarás la dicha de dar la vida: “Ellos -los apóstoles- salieron del Sanedrín gozosos de haber merecido tal ultraje por causa del aquel nombre” (primera lectura de hoy). Pablo dirá más adelante: “Presumo de mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo… pues cuando soy débil, entonces soy fuerte… llevamos este tesoro en vasos de barro para que se manifieste que una fuerza así viene de Dios y no viene de los hombres”. María de Nazaret se lo dijo a su prima: “Me dirán Bienaventurada, sí, pero no por mis méritos, sino sóloporque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí’…”.

No hay dificultad que no se pueda superar, sufrimiento que pueda abatir, si se ha tenido un verdadero encuentro con el Resucitado. Le ocurrió a Pedro, lo experimentaron tantos santos, lo vivió también en persona Juan Pablo II, lo ha vivido y experimentado Benedicto XVI, y lo vive hoy Francisco. Porque… la verdad molesta a una sociedad relativista. Dios es arrinconado, cuando no expulsado, en la sociedad “laicista”; pero los hombres -creyendo ser más libres al rechazar a Dios- experimentan mayor esclavitud y violencia, y un profundo vacío existencial que les conduce a la evasión, la depresión o el suicidio, nunca a la vida.

En el primer encuentro en la barca entre Jesús y Pedro la pesca fue inesperada y desbordante, hasta el punto de pedir ayuda. Desde aquel primer encuentro han ocurrido muchas cosas; ahora Cristo vuelve al mismo lugar para que los apóstoles descubran su verdadera misión: no han sido llamados para permanecer en el lago de Tiberíades, sino para recorrer otros mares con la barca de Pedro, la Iglesia. Las brasas deben mantenerse encendidas para que el fuego se extienda por todo el mundo. Este nuevo diálogo entre Pedro y Jesús Resucitado –“¿Me amas?”, le preguntará Jesús tres veces- culmina con un imperativo: “¡Sígueme!”, como la primera vez que se encontraron.

También, en él, y junto al Papa Francisco, cada uno sentimos la urgencia de esta invitación. Y, sin ningún temor, estamos también urgidos a responder llenos de gozo y de esperanza: “Si me llamas… ¡Cuenta conmigo!”.

Luis Emilio Pascual Molina
Capellán de la Cofradía de Jesús
Domingo III de Pascua– Ciclo C
1-mayo-2022