SETENTA Y DOS, DOCE, CINCO, TRES…

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No se trata de ninguna operación aritmética, ni una adivinanza o serie numérica propia de página de pasatiempos. “Venid a ver las obras de Dios, sus proezas a favor de los hombres…, venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo”. Son palabras del Salmo 65, que hoy escucharemos. La proclamación de las obras de Dios es la tarea a la que somos llamados todos los cristianos, es nuestra misión. No anuncia la Iglesia otra cosa sino la acción de Dios a favor del hombre, y siempre se trata de un anuncio gozoso, una Buena Noticia que no está basada en teorías, deseos, o intuiciones y/o proyecciones humanas, sino en la experiencia personal del mensajero. Éste tiene una certeza en su vida: el encuentro con Cristo -la acción de Dios en él- le ha hecho “criatura nueva”; y eso es lo que cuenta, como indica San Pablo.

No conocemos el nombre de los setenta y dos que Jesús envió a abrirle camino “en los pueblos y lugares adonde pensaba ir Él”, pero sí el de los primeros doce; y sus personas, su talante, sus cobardías… y nos basta. “Poneos en camino” -les dijo- y en su nombre marcharon, sin mirarse a sí mismos, sin mirar sus incapacidades, sin enjuiciar sus debilidades y miserias o las del compañero de misión. A ellos les encargó anunciar la paz y la cercanía del Reino. No necesitó Jesús gente sabia y perfecta, sino hombres que empezaban a quererle y a intuir que, a través de su seguimiento, y en su obediencia, venía una acción salvadora, pacificadora y curativa. San Agustín, en el “Comentario al Salmo 130”, nos dejó esta perla: “Toma al más insignificante que haya en la Iglesia: si cree en Cristo, si ama a Cristo y ama su paz, y quiere seguirle, ése tiene su nombre escrito en el cielo, sea quien sea, y por muy indeterminado que le dejes. ¿Existe, pues, semejanza entre éste y los apóstoles que hicieron tantos milagros?”.

No conocemos el nombre de los setenta y dos que Lucas refiere en el evangelio de hoy, pero sí el de los cinco jóvenes que el pasado 6 de marzo fueron ordenados como Diáconos para el servicio del Pueblo de Dios en nuestra Diócesis de Cartagena: Brian, Vladimir, Francisco, Antonio y Eduardo; en unos meses serán sacerdotes. Y también conocemos el de los tres jóvenes que fueron ordenados Sacerdotes el pasado 2 de abril: Pablo, Pedro y Francisco Armando. ¿Son ellos de una pasta especial, son perfectos? No, y lo saben. Son enamorados de Jesucristo y de su misión, y se glorían no en sus virtudes sino en la cruz de Cristo, como diría San Pablo. Se saben vasijas de barro, sí, pero portadores de un tesoro que el mundo necesita hoy. No quieren mirar sus miserias e incapacidades, no se acobardan por sus pecados o por sus miedos; les ha llamado el maestro, les envía a la mies, y para ellos eso es suficiente. La obra es de Dios y se saben meros instrumentos.

Setenta y dos, doce, cinco, tres… Sigamos “rogando al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. ¡Que siga enviándonos a todos a su mies!, pues todos y cada uno de nosotros somos llamados. ¿Vas a decirle tú que no puedes o no vales?

Luis Emilio Pascual Molina
Capellán de la Cofradía de Jesús
Domingo XIV del Tiempo Ordinario – Ciclo C
3-julio-2022