“¡Quiero ser feliz!”. ¿Quién no se ha expresado así en alguna ocasión? Todos deseamos encontrar la felicidad, vivir más y mejor. El problema es que hay muchos que confunden felicidad con estar contentos o estar realizados, con comodidad y similares. La liturgia de hoy nos da la clave para, en adelante, no equivocarnos más.
¿Quién es mi prójimo?, preguntó para salir del paso el letrado que se acercó a Jesús. Había preguntado antes por el método para heredar la vida eterna, para ser feliz. ¿Quién es mi prójimo?, se preguntan muchos cristianos que acuden hoy a la Eucaristía dominical. Y se equivocarán de pregunta. ¿Por qué no volverla del revés -como Jesús- y preguntarme quién se ha portado como prójimo mío en la vida? Todos, con total seguridad, podríamos hablar de alguien. Sería cuestión de repasar la propia biografía, y recordar qué personas y en qué circunstancias “se han acercado a mí”, y me han sanado con su palabra, su ayuda moral o económica, su comprensión, su acogida… Entonces, como un eco, resonará la palabra de Jesús al letrado: “Haz tú lo mismo”. Se trata de dejarse querer, para así tener un punto de referencia. Si nunca nadie te hubiera querido, ¿cómo podrías querer? ¿Cómo no crecerán egoístas e insolidarios aquellos que sólo recibieron desprecio, abandono, o exigencia, o aquellos premiados sólo cuando fueron rentables y castigados si no lo fueron? Hablan los psicólogos de la “inmadurez” fruto de la falta de amor verdadero en la niñez.
Por las calles de nuestras ciudades encontramos personas sin nombre que tienden su mano a los que pasan por su lado; les damos unas monedas y continuamos camino… Creemos haber cumplido así con el precepto de la caridad. Sin embargo, la caridad no consiste en “dar” sino en “darse”. El samaritano -que, curiosamente, era un adversario político-religioso- se detuvo, se acercó y actuó: vendó las heridas al herido, lo llevó a la posada y lo cuidó; se involucró. Estos verbos son “de acción y de cercanía”. Según la parábola evangélica la caridad no consiste en dar poco o mucho, se trata de “ver”, “acercarse” y “actuar”. En nuestras calles y plazas hay muchos malheridos por el odio, el hambre, la injusticia, la droga o la violencia. ¡Cuántas personas destrozadas en su interior, marginadas, frustradas! El samaritano “hizo lo que pudo y supo”, pero lo hizo: se “aprojimó”. Con su actitud nos invita: “Haz tú lo mismo”.
Jesucristo –“imagen de Dios invisible… que reconcilia consigo todos los seres… haciendo la paz por la sangre de su cruz”- ayer, hoy y siempre “como buen samaritano se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza”. ¿Has conocido a Jesús como prójimo? ¿Ha sido samaritano contigo? “Pues anda, y haz tú lo mismo”.
Quien quiera plenitud de vida -felicidad auténtica- la alcanzará sólo si se acerca, si se “aprojima”, al hombre que sufre, como hizo el samaritano de la parábola. Ésta es la paradoja: que para tener vida hay que darla.
Tú también -amigo lector- buscas ser feliz, ¿no? Pues, ¡ve y haz tú lo mismo!
10-julio-2022