EL HISTÓRICO ALTAR DE LA COFRADÍA DE NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO

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La solemnidad del Corpus Christi en esta sede diocesana de Murcia cuenta este 2023, por vez primera, con un altar erigido por la Real y Muy Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Los cofrades y mayordomos del sagrado y secular protector de la ciudad aceptan la invitación para arropar la centenaria procesión con uno de los altares levantados específicamente para el paso del Corpus Christi durante su tránsito por la ciudad. Es un privilegio que nuestra corporación honra con el mayor de los esmeros y con la delicadeza de todo tributo consagrado a la Sagrada Eucaristía.

Varios son los motivos por los que la cofradía no podía erigir este primer altar sin dedicarlo a la Santísima Virgen. Primeramente, la perseverancia en la contemplación de los Dolores de Nuestra Señora; en segundo lugar, la conmemoración este año del emblemático IV centenario del voto inmaculista de concejo de Murcia y diócesis de Cartagena (acaecidos en los meses de mayo y junio del año 1623). Por tanto, suponen dos motivos emblemáticos que justifican esta ara para recibir a Jesús Sacramentado y en la que preside la representación de su primer sagrario, el vientre bendito de la purísima Madre de Dios.

Los nazarenos de Jesús, más allá del relicario de la ermita donde veneran como principal tesoro a Jesús Nazareno, extienden el esplendor del arte hasta la emblemática Trapería. La monumental y ecléctica fachada del casino de la ciudad es el marco en el que se edifica la tramoya para, en la forma tradicional, ostentar un retablo efímero digno de la augusta presencia sacramental. Es por ello que se cuenta con una obra magistral que, además, es símbolo del culto a la Virgen de los Dolores tan querido en la ciudad. Fervor cuyo culmen queda aquí expresado en el simulacro mariano del escultor malagueño Fernando Ortiz (1716-1771) que muestra, por vez primera en tierras murcianas, el magisterio de su gubia dieciochesca.

En efecto, se trata de un artista contemporáneo del recordado Francisco Salzillo y, en consecuencia, detentador como él del espíritu de una época dorada para la escultura peninsular. Además, la presencia de esta bellísima imagen reverencia el oportuno papel de uno de nuestros más preclaros vecinos, Baltasar Elgueta y Vigil, amigo personal del malagueño y promotor, también, de otros artífices murcianos en la corte madrileña. Por tanto, se compagina la oportunidad de apreciar la relevante calidad de una pieza inédita junto al «poso» que sintetiza su periplo histórico.

Esta escultura de vestir fue realizada alrededor de 1743-56, es decir, en plena vigencia de unos cánones barrocos que, pese a todo, comenzaban a virar hacia la majestuosidad de la impronta clasicista. Y, en efecto, Ortiz formó parte de este proceso en su doble faceta de escultor del Palacio Real de Madrid y miembro «de mérito» de la Academia de San Fernando. De dicha convivencia surgen los bellísimos volúmenes de la Virgen de los Dolores cuyo modelado depurado exhibe la expresión intencionada de una ductilidad casi marmórea. Así, la policromía nacarada ajusta su efecto resplandeciente sobre unos volúmenes opalinos de suave modelado, tan al gusto de la escultura del siglo XVIII.

Su complexión recoge, asimismo, una tipología bien conocida en Murcia: la transición de los modelos de Dolorosa fraguados por Pedro de Mena y versionados después tanto en Murcia como, en no menor medida, en la propia capital malagueña. Pertinente sincronía que descubre el fértil diálogo existente entre el atavío característico de la imagen y aquel otro empleado por Salzillo, poco antes, para la Dolorosa de la iglesia de Santa Catalina. No hay más que considerar tal impronta en aquellas versiones de vestir realizadas por el murciano para la vecina provincia de Albacete, como la de Tobarra, para intuir la correspondencia dentro de una escultura devocional desarrollada desde sensibilidades ciertamente afines.

Igualmente, la expresividad de las manos alzadas, tan recurrentes en la magistral efigie coronada que venera nuestra cofradía, permite intuir la correlación de motivos tan identificativos. Recursos, todos ellos, donde se adivina la línea expresiva de los deudos berninescos y su triunfo en la plástica europea inmediata: desde los grabados y pinturas de Van Dyck, bien conocidas en España desde el siglo XVII, a las realizaciones ya aludidas del propio Mena, transitando, por último, hasta estas representaciones señeras de los contemporáneos Ortiz y Salzillo. Por tanto, una pieza idónea para ampliar la instrucción sobre una época esencial de nuestra historia: lugar común donde integrar la problemática escultórica local con las preocupaciones formales acaecidas en su contexto.

En lo que respecta a los azarosos avatares de la imagen, convendrá citar su originaria estancia en Ceuta. Allí, ciertamente, se documenta una pieza semejante labrada por Ortiz para el obispo Martín de Barcia y que, previamente, habría estado destinada a la congregación servita de Málaga. El testimonio del prepósito de los filipenses, Cristóbal de Rojas y Sandoval, abunda al respecto si bien resulta imposible constatar si se trata de la misma obra. No obstante, las afinidades formales con la definitiva titular de los servitas, obra igualmente de Ortiz, reparan en el inmediato parentesco: de tamaño algo inferior (115 cm frente a 158), viste de forma concordante con los patrones de la orden luciendo, incluso, análoga diadema neoclásica a la usada por aquella Dolorosa. Otros aditamentos (espada atravesando el corazón, simbólica media luna y escapulario) remiten igualmente a esta plástica abundando su incuestionable procedencia.

Desde la población africana la escultura pasó a la península, siguiendo el relato conocido, de manos de un sacerdote diocesano de San Fernando (Cádiz) que la depositó, antes de fallecer, en manos de unos parientes que se desprendieron finalmente de ella. Tras pasar por otros propietarios su presencia en la colección particular de Ramón Cuenca Santo (Cox, Alicante), a quien se debe su generosísima cesión para este Corpus Christi, explica su excepcional estancia en Murcia. Así, esta impronta de la Virgen orna con su belleza el tránsito místico del Cordero por nuestras calles. Dios que pasa entre nosotros reflejando su esencia áurea sobre el espejo inmaculado de María. Un arte que, parafraseando a San Agustín, conduce inexorablemente a lo divino.

José Alberto Fernández Sánchez
Dr. en Historia del Arte

📸 Archivo de la cofradía