“La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies” (Mt 9,37s). La fecundidad de la vocación depende, en gran manera, de la oración suplicante al Señor para que envíe su Espíritu Santo sobre tantos jóvenes -y mayores- a fin de abrir corazones endurecidos, suscitar la entrega y el amor desinteresado, y provocar la donación de la vida. Y es que la llamada ‘para servir a Dios en los hombres’ se percibe sólo cuando hay ojos y oídos abiertos que contemplan el sufrimiento de los hermanos y escuchan su grito -tantas veces silencioso- de dolor, suplicando ayuda; cuando el corazón siente y se compadece.
Jesús recorría las ciudades y “al ver a las gentes, se compadecía de ellas porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor”. En aquel momento solicita de sus discípulos la colaboración: “Rogad al Señor de la mies…”. Hoy día sólo con encender la televisión, o salir a las calles, descubriremos gentes cansadas, hartas, desorientadas, abandonadas… Detrás de las apariencias, del maquillaje y de la pintura exterior hay mucho dolor, resentimiento, extenuación y abandono. Hay, sobre todo, carencias de amor. El mundo actual no sólo no ha eliminado el hambre, sino que ha originado nuevos tipos de hambre, nuevos vacíos sin saciar, desiertos sin agua ni flores. La última semana hemos conocido que una de cada diez personas en España “se siente sola”, y el porcentaje es especialmente preocupante en la juventud. Pero no es menos cierto la enorme cantidad de signos esperanzadores: jóvenes que dedican su vida a los demás -unos consagrados, otros voluntarios en tantas tareas-, familias en misión que rompen ataduras y se ponen a disposición de Dios con todos sus hijos para ir a cualquier parte del mundo y ser allí testigos de un amor distinto, gestos cotidianos de cariño y ternura, organizaciones de caridad… Una muestra: casi 800 voluntarios -hospitalarios- partirán con la LIII Peregrinación Diocesana a Lourdes el próximo fin de semana, de ellos más de 300 son jóvenes y 70 niños. ¿No es esperanzador?
El Papa Benedicto XVI, en su homilía de inicio de pontificado, nos dijo: “La Iglesia en su conjunto, así como sus Pastores, han de ponerse en camino, como Cristo, para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida y la vida en plenitud”. Jesucristo, el Señor, envió con esta misión a los primeros doce: “Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y Juan, hijos de Zebedeo Juan; Felipe y Bartolomé…”. Hoy son Miguel, Leonor, Inés, Pablo, Alejandro, Juan Alberto, Mavi y Marcos…
Hoy el Señor sigue llamando, continúa enviando: “Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca… lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”. Todos somos llamados a esta tarea, porque somos un “pueblo sacerdotal, una nación santa”. Con Juan Pablo II quiero terminar orando al Padre: “Ayúdales a comprender que la llamada que les has hecho es urgente y actual. Amén”.
Luis Emilio Pascual Molina Capellán de la Cofradía de Jesús Domingo XI del Tiempo Ordinario – Ciclo A 18-junio-2023