“No valgo, no sé, no puedo…”. Son expresiones que denotan desánimo, tristeza, fracaso, incapacidad. No son las palabras ni las actitudes que Dios quiere suscitar en nosotros, en los creyentes. Todo lo contrario: nos invita a la esperanza, a la confianza, al trabajo serio y cabal, pero, eso sí, desde el realismo de lo que somos y tenemos, es decir sin apoyarnos en nuestras fuerzas y conquistas humanas, sino en la fuerza y el poder de Dios… “que todo lo puede”. Hacer o no hacer algo no depende, en principio de nuestra capacidad, sino de nuestra voluntad y perseverancia, y es que como dijo Albert Einstein “Dios no elige a los capacitados, sino que capacita a los elegidos”.
Existe una desproporción entre la ramita de la que habla el profeta (Ez 17, 22ss.) y el cedro noble en que se convierte, o entre el grano de mostaza del que habla Jesús (Mc 4, 31-32) y el arbusto que llega a ser capaz de admitir nidos de pájaros. A Dios parece que le gusta esta desproporción. Dios humilla a los árboles altos y ensalza a los humildes, seca los árboles lozanos y hace florecer los secos. A lo largo de la historia, Dios ha elegido a personas que, humanamente, parecen las menos indicadas para conseguir una meta… pero con su ayuda lo consiguieron.
Un rápido recorrido por la Historia de la Salvación bastaría para corroborarlo. El árbol frondoso que parecía el antiguo Israel se secó, y Dios tuvo que volver a empezar con un rebrote, el “resto de Yahvé”, los “anawin”. A ese pequeño resto pertenece María de Nazaret que, ante la imposibilidad manifiesta, se dejará en sus manos –“He aquí la esclava del Señor… ¡Hágase en mí según su Palabra!”– y proclamará al Dios potente y fuerte -“Engrandece mi alma al Señor, porque Él ha hecho en mí maravillas…”-. El grupo de los humildes pescadores -insignificantes para este mundo- animado por el Espíritu de Dios, anunciará al mundo la Buena Noticia de Jesús.
Y Dios en cada tiempo suscitó la obediencia de la fe y la disponibilidad total en tantos hermanos que “se dejaron hacer” por Él: Francisco de Asís, Juan Mª Vianney, Antonio de Padua, Teresa de Calcuta, y tantos… El mismo Benedicto XVI se presentó ante el mundo desde la logia vaticana como “humilde trabajador en la viña del Señor”; y el Papa Francisco nos habla cada día de “humildad” y “ternura”. El crecimiento y maduración de la comunidad eclesial durante más de dos mil años ha sido “obra de Dios”, no obra humana. La conversión de los corazones, la fidelidad a la vocación, la superación de obstáculos y adversidades son siempre “obra de Dios”.
El Reino de Dios está en marcha. Es Dios quien lo hizo germinar y madurar; como esa semilla caída en tierra, sin que cada uno de nosotros, cual nuevos sembradores -con nuestras limitaciones e incapacidades- sepamos cómo.
Los modos de hacer de Dios no caben en nuestros esquemas, porque Dios es siempre más. ¡Dejemos a Dios ser Dios y… dejémonos hacer por Él!
Luis Emilio Pascual Molina Capellán de la Cofradía de Jesús Domingo XI del Tiempo Ordinario – Ciclo B 16-junio-2024