ALTAR EN EL CORPUS CHRISTI POR EL CDXXVº ANIVERSARIO DE LA COFRADÍA DE JESÚS (1600 · 2025)

La celebración del Corpus Christi en la ciudad de Murcia trae, desde tiempos de la Edad Media, la reminiscencia de añejas costumbres que se han heredado como fuente de cultura. El sustrato que nutre esta conmemoración festiva del Cuerpo y la Sangre de Cristo ofrece múltiples referencias que, si bien a menudo olvidadas, constituye un exponente lúdico de primer nivel. De este modo, de aquel discurso originario de carros de los misterios, corporaciones gremiales, cruces y mangas de las parroquias, órdenes mendicantes alumbrando al Santísimo y cortejo hagiográfico constitutivo de la «Jerusalén celeste» (asunto de clara raíz agustiniana) hoy únicamente la disposición de altares confiere solemnidad a esta vetusta procesión. No en vano, la del Corpus fue tenida como «procesión de procesiones» y exponente máximo del culto público tributado al sacramento del altar. Murcia, pues, asiste nuevamente a como cofradías y corporaciones culturales instalan estas elementos efímeros –cargados de belleza y simbolismo– al paso de Jesús sacramentado.

Fruto de ello, la Real y Muy Ilustre Cofradía de Jesús Nazareno, decana de entre las corporaciones de cuño contrarreformista que han perdurado de forma ininterrumpida en la ciudad, instala una vez más su altar ante la portada del Real Casino. Dado este sentido alegórico en esta ocasión el montaje se circunscribe a una recuperación histórica de sucinto interés: la del Niño Jesús revestido como nazareno característico de las procesiones murcianas. Para ello nuestra institución se vale de la magnífica escultura que, con esta iconografía, talló Ramón Cuenca Santo en el pasado año 2023 al objeto de dotar a la institución de una imagen de culto de estas características destinada, especialmente, a los días del ciclo navideño pero, además, adherida a un preclaro sentido pasionario que la singulariza permitiéndole transferir el sentido eucarístico y pasionario que le es inherente.

La tipología recoge la modalidad presente en la efigie del Niño Jesús «mayordomo» de Jesús presente en la clausura del monasterio de Santa Ana de Murcia, una exquisita pieza del siglo XVIII ataviada con la túnica y el capuz característico de aquellos tiempos del Barroco. Dentro de este pintoresco exorno, la calidad de los materiales empleados en este atavío, el hecho de estar ricamente bordado en oro con diminutos motivos ornamentales en su trama así como la delicadeza de los encajes de época, reviven una impronta tan tradicional como poco conocida. Esta suerte de representación piadosa bebe de una costumbre también olvidada de la religiosidad tradicional local que procuraba, para la celebración sacramental de «las visitas» a los monumentos en la tarde de Jueves Santo, el disponer en las mesas petitorias adyacentes estas efigies del Niño vestidas a la usanza de nazareno a fin de recabar donativos destinados a los principales centros benéficos y asistenciales de la ciudad.

Debe pensarse que, como quiera que las familias aristocráticas de aquel tiempo –muchas de ellas vinculadas con la Cofradía de Jesús Nazareno– contaban con miembros de su progenie dentro de la clausura, las religiosas procedían a disponer este atavío a fin de estimular su piedad –de modo tan entrañable como inopinado– favoreciendo así la generosidad de los donativos. En este sentido, la costumbre de revestir estas efigies con usos a la moda del siglo o acogidas a fórmulas bucólicas y pastoriles se adscribe a la peculiar mentalidad de los cenobios donde las imágenes del Niño, más que obras de arte, estaban sujetas a la vivencia diaria de las religiosas así como a la especial visión de los diversos tiempos litúrgicos. Aunque, lógicamente, la época de Navidad era la más proclive a estos rituales, el resto del ciclo anual también estaba sometido a tal impronta: así, desde la visión del Buen Pastor (propia de esta festividad litúrgica primaveral) a la del «obispillo» (característica del día de los Inocentes) se interpretaba cada época con arreglo a una exégesis llana del acontecer evangélico. Es por ello indispensable insistir en el sentido teatral y simbólico a que se acogían, siempre envueltos en un peculiar lirismo que aún despierta tanta admiración como ternura.

A este respecto, la finalidad munificente que originó tal práctica no resta interés tipológico a una puesta en escena bien definida. De este modo, dispuestas sobre las mesas petitorias del Jueves Santo, las imágenes del Niño apelaban a la caridad a fin de enaltecer la generosidad de los murcianos. De modo que el hecho de encontrar, dentro de aquel convento femenino de dominicas, la impronta del infante ataviado con la túnica procesional característica de la estética barroca de la Cofradía de Jesús Nazareno pretendía asociar la dadivosidad de unos asistentes –muchos de ellos emparentados con las propias religiosas tal como refieren las crónicas– que, dado su estatus nobiliario eran partícipes de la institución penitencial. Esta es la prefiguración de la que parte el recuperado atavío que ofrece ahora la magnífica talla de Ramón Cuenca, que troca su acostumbrado aspecto –sujeto dualmente al uso ritual navideño y a la prefiguración simbólica de la Pasión– según aquellos parámetros del Siglo de Oro.

Esta propuesta recuperada ha sido puesta en manos del artista Higinio Morote quien, con la particular sensibilidad que caracteriza la obra salida de su firma La Piamontesa, evoca el espíritu barroquizante propio de la institución nazarena. Así, la túnica y el capuz romo están realizados en Dupion de seda indio, guarnecido con encaje de oro entrefino para enriquecer –como en aquel modelo dieciochesco del convento de Santa Ana– la impronta del atavío. Igualmente, las acostumbradas chorreras que sobresalen –según uso costumbrista local de nuestra Semana Santa– sobre el cuello y bajo las mangas se han dispuesto con encajes de Valenciennes rematando la camisa interior de batista suiza que, pese a no quedar a la vista, revela la exquisitez depositada en la labor. Por último, la realización de los indispensables cíngulos y ceñidores se adhieren al empleo de seda cruda y canutillos metálicos que materializan una trama de valor historicista inequívoco. No se trata, simplemente, de evocar el aspecto superficial de aquel aderezo sino, como es consustancial a la labores del autor, de ejecutarlo según la impronta de época; adhiriendo al nuevo ajuar un rigor indispensable con el que adherirse al soberbio patrimonio atesorado por la cofradía.
En definitiva, con esta propuesta dispuesta sobre los acostumbrados textiles de rica traza –donde abundan las manufacturas valencianas realizadas exprofeso en los prestigiosos telares de Garín– se traza el altar donde se entroniza la imagen del pequeño Jesús «nazareno». Se corresponde así a la generosidad del cabildo de la S. I. Catedral de Santa María que tuvo la delicadeza –hace ya tres años– de invitar a la decana de las cofradías que detenta al sagrado protector de la ciudad, Nuestro Padre Jesús Nazareno, a la más antigua procesión que se celebra –desde tiempo inmemorial– en la ciudad y que no es otra que la del Santísimo Sacramento. Una ocasión inmejorable para engrandecer Murcia al paso de la Custodia con el acostumbrado sello artístico que es santo y seña de la estética con que se fue fraguando, desde aquel distante 1600 (estando ya inmersos en la conmemoración de su 425º aniversario), el tesoro artístico y devocional que atesora esta Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno.

Texto: Jose Alberto Fernández Sánchez

Fotografía: Archivo de la Cofradía de Jesús