“(…) Pero, ¿por qué intento describir lo que no se puede? Aunque busque una
imagen que exprese los males presentes, mi discurso queda superado por la realidad y
retrocede. Sin embargo, aunque lo vea bien, no renuncio a la buena esperanza,
pensando en el piloto de todo el universo, que no supera la borrasca con su arte, sino
que deshace el huracán con un ademán…”. San Juan Crisóstomo en su “Carta a
Olimpia”, hace una trágica descripción de la realidad de su tiempo, el siglo IV: Fatalista
podríamos pensar si no fuera porque añade una fuerte llamada a la esperanza. La refiero
aquí, tras leer el evangelio de hoy, y tener presentes las noticias repetidas de estos días y
meses, y los temores ante un futuro incierto, ante persecuciones, ante sufrimientos. “No
te abatas por tanto -continúa- (…) las realidades que se ven son transitorias. ¿Por qué,
entonces, tienes miedo de lo que es transitorio y discurre como la corriente de un río?
Así son, en efecto, las realidades presentes, sean favorables o molestas”.
Ante un clima quizás pesimista o fatalista que puede acechar al hombre de hoy,
es absolutamente necesario inyectar esperanza y anunciar salvación. Como el agricultor
no llora la desaparición de la semilla o del grano en el surco, sino que se alegra en la
espera de la espiga, así el creyente está llamado a no obsesionarse con la muerte, el
Juicio Final, los sufrimientos o la persecución, sino a creer y esperar una vida que sabe
eterna. Por eso no es prudente hacer juicios catastrofistas sobre la sociedad que nos toca
vivir y lamentarnos del futuro que nos espera, sino que hoy es preciso anunciar con
fuerza, y proclamar esperanzados, la Buena Noticia de Jesucristo: “Yo he vencido
al mundo, yo he vencido a la muerte… ni un cabello de vuestra cabeza perecerá”.
No engaña Jesús a su Iglesia con días de vino y rosas, sino que alecciona a los
apóstoles ante una historia llena de dificultades y luchas, y les anima a perseverar. Jesús
tranquilizó entonces a sus apóstoles, y hoy esas palabras se proclaman para nosotros,
hombres y mujeres del siglo XXI: “No tengáis miedo cuando oigáis noticias de guerras
y revoluciones, porque la vida sigue”, “Os echarán mano, os perseguirán… así tendréis
ocasión de dar testimonio”, “Yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer
frente ni contradecir ningún adversario vuestro”.
El creyente “descansa en Él”, seguro de que la historia personal y general la
conduce a buen puerto. Pero esta seguridad no puede llevarnos a la paz burguesa de la
“inacción”, sino al testimonio de vida, como hizo San Pablo: esta seguridad le dio alas
para no instalarse, para recorrer comunidades, para soportar trabajos, cárceles, noches
sin dormir… No hay mejor signo de tener asegurada la vida para la eternidad que poder
entregarla, compartirla y perderla cada día ‘con’ y ‘por’ los hombres nuestros hermanos:
“Llevando siempre en nuestro cuerpo el morir de Jesús… Entregados a la muerte por
causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne
mortal, de modo que la muerte actúe en nosotros, y la vida en vosotros…”.
¡Ánimo… y al tajo!, sin miedos ni complejos.
Luis Emilio Pascual Molina