REINAR DESDE LA CRUZ

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Hoy celebramos la Solemnidad de Cristo Rey, y ésta nos invita a una reflexión
profunda sobre los criterios de poder y dominio de nuestra sociedad.
Ya la primera lectura nos desconcierta: la unción de David como Rey de Israel,
el joven pastor que Dios había elegido como jefe y guía de su pueblo ante la sorpresa de
todos, empezando por su padre y el propio profeta Samuel. Pablo, en el bellísimo himno
con que inicia la carta a los Colosenses, presenta a Cristo como Camino, Luz, Imagen
visible de Dios invisible, Palabra, Verdad…, y nos indica la contraposición entre los dos
mundos, el de las tinieblas y el de la luz, el del reino del pecado y el del reino del amor
y la vida. A este segundo debemos aspirar y en él debemos buscar permanecer. Pero no
es fácil entenderlo -y menos vivirlo- porque choca con la mentalidad humana de poder,
dominio, sumisión, tiranía…
El Reino de Jesucristo implica una dinámica nueva: caminar en la luz obrando el
bien y la verdad, y caminar hacia la paz, la justicia y la fraternidad. Cristo, que “hizo la
paz por la sangre de su cruz” (Col 1, 20), hace presente un reino construido -o mejor,
reconstruido- sobre la reconciliación, el dolor, el sufrimiento y la muerte, su propia
muerte. La tablilla que, de ahora en adelante, identificará la cruz de Cristo -el INRI- es
el paradigma de todas las burlas hirientes que pudiéramos imaginar. ¡Reinar en la cruz
parece un sarcasmo! Sobre la cabeza coronada de espinas, sobre un cuerpo cosido con
clavos al madero, se lanza al mundo un grito en tres idiomas, para que se enteren todas
las lenguas y razas: “Este es el Rey de los judíos”. Y, por extraño que parezca a un
mundo que siempre irá en otra dirección, éste es el camino de la vida y de la felicidad
que ha mostrado Dios.
Si, por un día, tuviéramos el señorío del mundo, seguro que lo transformábamos
por completo: ¿para qué la cruz y el sufrimiento?, ¿por qué el pecado y la maldad en los
hombres? Seguro que, en aras de nuestra libertad, nos cargábamos la libertad de la que
Dios dotó al hombre -su posibilidad de errar, de equivocarse-, y haríamos de todos -de
los otros, claro- marionetas programadas.
La cruz -escándalo y necedad, hoy como ayer- muestra la grandiosidad de un
Dios todopoderoso en la realidad de un crucificado, de un machacado. ¿Es que Dios
no puede evitarlo? ¿Es un sádico?… ¿No será, más bien, que “mis caminos no son
vuestros caminos…”? Porque “en Él estaba Dios reconciliando a todos los seres, del
cielo y de la tierra…”. Un pequeño botón de muestra puede ser ese… “Hoy estarás
conmigo en el paraíso”, dirigido a un ladrón confeso que simplemente suplicaba un
recuerdo, una intercesión.
Desde el Bautismo somos “reyes”, y “sacerdotes y profetas”. Busquemos reinar
“a lo Dios”, dejemos que Él -Jesucristo- sea nuestro Rey, y supliquémosle, de verdad,
convencidos y menesterosos “Venga a nosotros tu Reino, Señor”.

Luis Emilio Pascual Molina