Hoy es domingo. Niños y adolescentes inician sus vacaciones; los universitarios disfrutan del descanso merecido o están preparando los exámenes de la Convocatoria Extraordinaria de Julio. Hay ambiente veraniego. Muchas familias están iniciando el éxodo vacacional y las carreteras se pueblan de vehículos. Para la Iglesia hoy es un gran día porque, aunque sea domingo, celebramos, por anticipado en nuestra diócesis, la fiesta litúrgica de San Pedro y San Pablo.
¿Qué suponen Pedro y Pablo para la Iglesia de ayer y de hoy? En el himno para la Hora Intermedia de hoy leemos: “Pedro la roca; Pablo, espada. Pedro, la red en las manos; Pablo, tajante palabra. Pedro, llaves; Pablo, andanzas”. Es indudable que una de las riquezas de la Iglesia, desde el comienzo, es esta capacidad para unir lo diverso, conscientes de que los contrastes ayudan a clarificar y a avanzar. Las lecturas que serán proclamadas hoy recogen el amplio espectro que representan el que fue la Cabeza de la Iglesia y el que fue intrépido Apóstol de las gentes. En el Prefacio de la Misa diremos así: “…en los apóstoles Pedro y Pablo has querido dar a tu Iglesia un motivo de alegría: Pedro fue el primero en confesar la fe, Pablo el maestro insigne que la interpretó; aquél fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel, éste la extendió a todas las gentes. De esta forma, Señor, por caminos diversos, los dos congregaron la única Iglesia de Cristo, y a los dos, coronados por el martirio, celebra hoy tu pueblo con una misma veneración”.
Pedro y Pablo son las dos grandes columnas de la Iglesia. Pedro ata y desata; Pablo anuncia el evangelio a la gentilidad. Pedro, el pescador del lago y piedra sobre la que construir la Iglesia; Pablo, el convertido y el evangelizador. Ambos fueron testigos del Maestro, y ambos acabaron mártires del Evangelio en Roma.
El que “habla de Dios” es porque “antes ha hablado a Dios”; y hablar de Dios implica dar testimonio de la fe ante un mundo indiferente y/o increyente. Hoy, como entonces, el mundo sigue martirizando, crucificando o marginando a quienes hablan de Dios -estamos asistiendo, casi sin ningún sonrojo internacional, a masacres de cristianos en determinados países-. Pedro y Pablo -la unidad en la diversidad, la autoridad y el carisma- son símbolo de una Iglesia que se encuentra hoy, como hace dos mil años, en la encrucijada de la fidelidad al Evangelio -Pedro-, pero sin renunciar al riesgo de abrir nuevos horizontes -Pablo-. En Pedro y Pablo se aúnan el poder de las llaves y la fuerza de la Evangelización.
Elevemos hoy una oración de gratitud y de súplica por nuestra Madre la Iglesia, y más en concreto por el Papa Francisco -Pedro-, y por todas las realidades eclesiales, especialmente aquellas de primer anuncio y kerigmáticas -Pablo-. Es una extraordinaria ocasión para profundizar en nuestra fidelidad a la Iglesia -a Pedro-, y en la vocación misionera de quien luchó con todo su empeño por una iglesia abierta a todos los pueblos -Pablo-, una invitación a desarrollar y cultivar nuestra misma vocación misionera.
26-junio-2022