Estamos en la sociedad de la comunicación y, sin embargo, asistimos a la época de mayor incomunicación e insolidaridad entre las personas: no conocemos al vecino de escalera, ignoramos la vida del compañero de trabajo, no sabemos si alguien en nuestra familia está en crisis o vive un drama, al inmigrante le vemos como un peligro, al joven inmerso en la droga o al enfermo contagioso le juzgamos y le marginamos todavía más. Responsables, gobernantes… y ¡hasta nosotros mismos!, vivimos permanentemente “con mando a distancia”, es decir, sin mezclarnos con los demás, sin bajar a la arena de la vida, sin tocar con los pies en el suelo, sin patear a diario nuestro mundo… Desde lejos –como con un “mando a distancia”– damos soluciones, juzgamos y condenamos. En el fondo está el “miedo a contaminarnos”.
La lepra era una tragedia en la época de Cristo… y antes. La irrupción del SIDA en nuestro tiempo, o la pandemia de la COVID que sufrimos hace poco, nos ayudan a entender hoy esa plaga de ayer. No era sólo -con ser mucho- la realidad de enfermedad grave; suponía, además, una “obligada marginación”. La lepra, considerada enfermedad incurable y un castigo por el pecado, obligaba al enfermo a “alejarse” de la vida social, a aislarse, pues era considerado amenaza para la salud física y espiritual. La sociedad se defendía con la “ley de la marginación”. Marginación significa “estar al margen, fuera, ajeno, excluido de las posibilidades, de las realizaciones, de la vida”. “Sanar la lepra”, por tanto, no era sólo curar una enfermedad; “significaba devolver la dignidad, insertar en la comunión; introducirlo de nuevo en la vida”.
¡La vida! Ese maravilloso don de Dios es siempre el punto de mira de la acción de Jesús. Jesucristo tendió su mano compasiva al leproso, no dudó en “tocarlo”, y “lo rehabilitó” reintegrándolo a la vida social y religiosa. “Si quieres, puedes limpiarme’… extendió la mano y lo toco diciendo: ¡Quiero, queda limpio!”. Descubrimos a un Jesús que no “usa” mando a distancia, sino que “toca” leprosos, ciegos, cojos, muertos… y “es tocado” por la gente. Es Dios mismo, que abraza nuestra vida, acompaña nuestra existencia y sostiene nuestro caminar. Por eso, un Jesús que no nos hubiera “tocado” no habría sido “el Dios encarnado”.
Los gritos de los que sufren lepra, SIDA…, la inhumana situación de las pateras y las mafias con los inmigrantes, o incluso la enfermedad…, los gritos de todos los que son la voz de los débiles se siguen oyendo hoy. ¿Les hacemos caso? ¿Nos acercamos a ellos o usamos “mando a distancia” contentándonos con pequeñas limosnas y lamentos estériles? San Pablo nos dice: “seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo”.
El mundo necesita dejar a un lado el “mando a distancia” y recuperar la “espiritualidad de la cercanía”. Es necesario “tocar” el sufrimiento del hombre. Es imprescindible tocar para “curar”, para “cuidar”. Jesucristo lo hizo, el Papa Francisco lo está haciendo, la Iglesia nos invita constantemente a hacerlo.
La Hospitalidad de Lourdes (hoy, 11 de febrero, Jornada mundial del enfermo y festividad de Ntra. Sra. de Lourdes) y Manos Unidas (hoy es el día grande de su 65 Campaña contra el Hambre) lo están haciendo. Tú ¿qué respondes?
Luis Emilio Pascual Molina
Capellán de la Cofradía de Jesús
Domingo VI del Tiempo Ordinario – Ciclo B
11-febrero-2024