La sociedad moderna se caracteriza por la transformación continua; parece que ser progresista es cambiarlo todo; por el contrario, conservar algo es de trasnochados, carcas o inmovilistas. Sin embargo, la experiencia cotidiana enseña que sólo fructifican las cosas bien enraizadas, y sólo se desarrolla lo que está bien asentado. Cuanto más alto es un edificio, más profundos deben ser sus cimientos; y lo que vale para los edificios rige para la existencia humana, porque si queremos elevarnos sobre nosotros mismos, superarnos, hemos de saber descender… y buscar en lo más profundo de nuestro ser. Si no fuera así, nos moveremos, cambiaremos quizás, pero como las hojas caídas del árbol, que el aire desplaza según la dirección en que sopla, sin destino ni futuro claro… y, a veces, incluso girando como remolinos en torno a sí.
¡Vid y sarmientos! Sólo aquellos sarmientos unidos a la cepa de la vid dan fruto. Jesús llama a permanecer en Él no porque quiera impedir el cambio y la transformación, tampoco porque quiera frenar el movimiento, el desarrollo, la libertad del hombre, sino precisamente para impulsarlo. Por experiencia pastoral tengo por evidente que ni la fe se puede vivir sólo, ni la salvación -regalo de Dios a través del misterio redentor de Cristo- puede acaecer sin la comunidad eclesial. Tengo clarísimo que la maduración personal y cristiana se obtiene a través de una fuerte comunidad de fe, y que la euforia humana lógica tras un cursillo, unos ejercicios espirituales o una experiencia de Dios… se apaga y se echa a perder -como el cava- si tras abrir la botella la dejamos a un lado.
“Sin mí no podéis hacer nada”. El cristiano es un sarmiento injertado en esa vid que es Cristo, a veces mimado, a veces podado, pero siempre cuidado por el labrador, el Padre. Así de sencillo, así de esperanzador. Quien entronca su cordón umbilical con Cristo da fruto abundante, sea una viejecilla sin relevancia social a quien le nacieron los dientes en la Iglesia, sea un joven drogadicto proveniente de la violencia callejera. En cambio, quien vive de su propio “yo” -personalidad, talento o méritos- es lo más parecido a un sarmiento desgajado. El que permanece unido a la vid tiene savia, corre por sus ser la misma vida de la cepa… y es totalmente libre. En cambio, el sarmiento desgajado de la vid no reverdece, ni da fruto: se seca y muere.
Y el fruto abundante es evidente: una vida nueva, una vida rebosante de entrega y amor. En el Bautismo se produjo realmente esta maravilla: fuimos injertados a la vida nueva de Cristo, como los sarmientos a la vid.
A un cristiano se le mide por la vitalidad de su fe, no por su origen. No se trata de tener una “denominación de origen” determinada, reconocida. Su origen puede ser bastante “peligroso”: tuvo negocios turbios, vivió en un barrio marginal, se drogaba, perseguía y maltrataba a los diferentes, no estudiaba, era un estafador… como Pablo, como aquel ladrón en la cruz, como… Lo importante no es quién soy, quién era, o de dónde vengo, sino el entronque vital con Cristo.
Luis Emilio Pascual Molina
Capellán de la Cofradía de Jesús
Domingo V de Pascua – Ciclo B
28-abril-2024